El Carmen es un popular barrio, situado en el centro histórico de Valencia, que ha experimentado un irregular y caótico crecimiento. Debe su nombre a la iglesia y al convento del Carmen, y sus estrechas calles y plazas ofrecen una amplia oferta cultural y de ocio. El piso protagonista de la reforma, realizada por Gosende Salvado Studio, se encuentra en la última planta de un edificio construido a finales de los años 60, de estética racionalista, cuya ubicación estratégica, cercana a las Torres de Serrano, una de las dos puertas fortificadas de la muralla medieval de Valencia, queda delimitada por la plaza del Ángel y la calle Cruz.
El propietario de la vivienda es un creativo freelance, una persona con cierto interés por la experimentación, sin dejar de lado un profundo respeto por el entorno y la tradición. Además, le gusta pintar, cocinar y acostumbra a trabajar desde casa. Para la que iba a ser su vivienda-estudio, quería amplios espacios multifuncionales y mucha luz.
Abierta al barrio.
La distribución de la vivienda en forma de abanico le permite abrirse al entorno de forma panorámica. Desde su interior, pueden contemplarse la torre campanario de la catedral, llamada el Miguelete, la iglesia del Carmen, la calle Serrano y las ruinas de la muralla árabe. El proyecto de reforma intentó aprovechar al máximo la ubicación y las cualidades propias del apartamento, además de buscar “un lenguaje que lo pusiera en relación con la historia del barrio”, explica Carlos Gosende.
De esta manera y teniendo en cuenta la diferente orientación de sus fachadas hacia los distintos iconos de El Carmen, se creó “un paisaje único y característico para cada estancia. Esta sucesión de atmósferas se articula mediante una serie de elementos, llamados umbrales, que marcan la transición de unas a otras. El recorrido se comprime, para luego expandirse en un juego similar al que experimentan las calles que conectan la plaza del Carmen, del Árbol, de la Santa Creu o la propia plaza del Ángel”.
El punto de partida.
Realmente, el apartamento ya funcionaba bien con su distribución original. La sala de estar estaba orientada al sur, tenía dos grandes ventanales y una balconera que daban muy buena luz todo el día. Existía una zona de estudio que se demolió para hacer la sala de estar más grande y tener, así, dos balconeras y mucha más luz. La parte del pasillo, que llegaba hasta esta estancia, se aprovechó para dar más espacio al baño. El dormitorio ya de por sí era grande, aunque con una geometría rara.
Uno de los puntos difíciles fue la cocina: estaba cerrada, era muy estrecha y tenía una barra para desayunar. Explica el arquitecto que “lo más difícil fue el ejercicio de contención de intentar sacar el máximo provecho de lo que había y no saturarlo. Los umbrales de hierro lacado se introdujeron por un tema de coherencia espacial. “Con esto quiero decir que, cuando entrabas en el piso, el recibidor era un espacio muy extraño, muy facetado, con muchos planos inclinados en todas direcciones y que generaban muros en ángulo, con mucho espacio desaprovechado y un pilar girado que lo partía todo (el piso no es muy grande, pero con esto menos todavía)”.
Umbral que ordena y simplifica.
La creación del umbral fue un gesto que permitió simplificarlo y ordenarlo. Tenía tanta potencia, por su espesor, la sensación de tránsito que confería y el hecho de llevar de un espacio sombrío a uno luminoso que se decidió que fuera el hilo conductor y en gris antracita para que contrastara con el onmipresente blanco en la casa. Este recurso tuvo su réplica en los armarios altos de la cocina y en el armario del dormitorio.
Detalla el autor del proyecto que “lo de la cocina fue interesante porque estábamos muy condicionados por la estrechez. Lo primero fue quitar la puerta y ganar un trozo de cocina al pasillo para poder incluir dos módulos más. Conservamos la huella de este tránsito, enfatizándolo con el cambio de color en el mobiliario que pasa de oscuro a claro (y de columnas a módulos bajos), y el pavimento pasa de madera a un cerámico color ródano (con la excusa de las zonas húmedas también)”.
Una nueva cocina.
El resto de la cocina se diseñó para ser lo más liviana, espacial y cómoda posible. Se evitó poner módulos altos de almacenaje para no comprimir el volumen y se usó el recurso del ladrillo botellero para tener una pared con gran capacidad de almacenaje en el mínimo espesor posible. Siguiendo la misma línea, la encimera es de hierro lacado de 4 mm, al igual que las estanterías, porque como apunta Carlos Gosende “una estantería de DM de 2 cm le hubiese dado más peso del que necesitábamos para que no agobiase”. Tampoco se puso una campana extractora para no romper la linealidad del espacio y hacerlo parecer más espacioso. Por último, se puso una ventana encima de la bancada para ventilar y ganar más luz.
Materiales en crudo.
Dados los gustos del cliente, su afición por las artes plásticas y la cultura en general, se apostó por una paleta que gira en torno a materiales en crudo (roble en el suelo, abeto en el mobiliario, cerámica, alicantinas de pino en crudo) y el blanco por su luminosidad. “Como se buscaba algo muy del Carmen, se pusieron esas alicantinas como puerta de la nevera y despensa (y también en el balcón de la cocina), y se recuperó parte del suelo original que se colocó en el frente de cocina (esas teselas blancas de 3 x 3 cm que, dependiendo de la zona y su desgaste, han cogido diferentes tonos de blanco y generan un efecto singular). En la reforma, se conservaron las ventanas originales menos en la cocina, donde se colocaron unas que permitiesen ver el máximo posible de la muralla árabe.
Para más información visiten: Gosende Salvado Studio
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