Divida y vencerá, dice el dicho. Y tiene razón si juzgamos la lógica aplicada al concepto: dividir la vivienda para dejar que la naturaleza entre dentro. El juego consiste en, primero, proyectar las estancias en diferentes cubos y, segundo, deconstruirlos. Separarlos entre sí para unirlos horizontalmente a través de pasillos de cristal.
La función de dichos pasillos sería la metáfora de un paseo por el bosque, nos cuentan desde su estudio. Porque lo que se ve a través de ellos son diferentes patios exteriores en los que predominan los olivos y las encinas.
Aparte de los pasillos, todas las fachadas están salpicadas de grandes aberturas, sustituyéndose incluso por ventanales acristalados en algunas de las estancias, los cuales se convierten en espejos en el exterior.
La planta cuenta con 600 m2 y dispone de cinco habitaciones con suite y baño cada una. El centro de la vivienda lo ocupa un cubo que se divide en dos partes, conectadas por un tabique que permite la entrada de luz por ambos lados y la conexión visual entre ellas.
La integración de la naturaleza en el interior no quita que la diseñadora mantenga los colores neutros y el orden visual como señas de identidad de la casa, y de su propio sello. De hecho, la interiorista siempre se ha caracterizado por conseguir contrastes que resulten cómodos para la vista.
La planta cuenta con 600 m2 y dispone de cinco habitaciones con suite y baño cada una. El centro de la vivienda lo ocupa un cubo que se divide en dos partes, conectadas por un tabique que permite la entrada de luz por ambos lados y la conexión visual entre ellas.
La primera mitad corresponde al acceso de la vivienda, presidida por una escultura de la galería gironina l’Arcada. La otra mitad se ha destinado a sala de estar.
La cocina es un juego de líneas rectas con el techo abuhardillado para crear sensación de movimiento y el sosiego de una casa de vacaciones. El espacio se conecta con el resto de la casa mediante una cristalera marcada por una cuadrícula de color negro.
Los dormitorios ocupan el ala este de la planta, si bien el principal está separado del resto a través de uno de los corredores. Las otras cuatro habitaciones configuran un solo módulo. Por supuesto, todas están orientadas al exterior.
Slow life, slow design
La madera del suelo, las puertas y algunos elementos decorativos, así como el blanco de las paredes y la cocina imperan la gama cromática de la casa. El interiorismo, por su parte, busca el minimalismo con pocas piezas de firmas como Dareels, Artemide o Teixidors para la parte de alfombras y tejidos.
En el exterior, sin embargo, desaparece el blanco, dejando paso a una fachada en tonos terracota, que contrastan a su vez con el verde de los olivos y el césped. Con ello consigue que la vivienda sea ahora la que se integre con el exterior (y no al revés) y se convierta en la tarjeta de presentación de eso que llamamos slow life: una vida pausada.
Para más información visiten: Susanna Cots
Vía: diarioDESIGN
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