En 1989 Planta Baja reabría sus puertas en su actual ubicación tras abandonar un antiguo y pequeño local. Para dicha ocasión la diseñadora Carmen Sigler realizaría un collage en el que Nosferatu, bajo el eslogan “Matar para Resucitar”, decía adiós al pasado dando la bienvenida a una nueva etapa. Desde entonces la sala afianzaría su posición de vanguardia convirtiéndose en uno de los espacios de referencia dentro de la escena musical tanto local como nacional. Con un atractivo diseño, muy de la época, este espacio se presentaba dividido en dos niveles. La amplia sala en la planta sótano sería destinada a la celebración de conciertos mientras que el local de planta alta, en contacto directo con la calle, serviría de escaparate, acceso, taquillas y bar. Si bien el espacio de conciertos apenas sufriría transformaciones a lo largo del tiempo, el nivel superior si que sería intervenido como consecuencia de sucesivas adaptaciones a normativas técnicas y a cambios de propiedad. El resultado sería el de una amalgama de capas de distintas épocas que deslucían el fuerte carácter unitario presente en la intervención original.
El 12 Junio de 2016, justo un día después del concierto de cierre de la temporada, Planta Baja ardió. Un fallo del cuadro eléctrico hizo saltar la chispa que derivó en el incendio que arrasaría gran parte de la planta alta de este mítico club. Los daños del fuego obligarían no sólo a una necesaria intervención a nivel de acabados sino también a una completa reestructuración de los sistemas de evacuación y acondicionamiento en todo el local afectando especialmente a las instalaciones de ventilación.
La nueva y voluminosa maquinaria necesaria para cumplir con los requisitos técnicos contra incendios hacía inviable cualquier intento de esconderla o camuflarla por lo tenía que ser integrada dentro de la solución asumiendo su fuerte presencia. Por otro lado, paradójicamente, el local tras ser pasto de las llamas presentaba una sobrecogedora unidad material lo que les abría la posibilidad de entender el incendio como el arranque de una nueva etapa, un estadio fundacional del local y una oportunidad para repensar su imagen otra vez de forma integral. El fuego podría servir entonces de guía para la propuesta. Sus necesidades ordenarían el local. Su huella y patina lo cualificarían. Sus agentes (instaladores de maquinaria, albañiles de proyectado para aislamiento contra-incendios, metalistas fabricantes de conductos, etc…) los artesanos.
La estructura del local se mantendría prácticamente igual para no alterar el aforo lo más mínimo. De hecho se trabajaría en enfatizar aquellos elementos heredados que habían construido la identidad de este lugar: el circulo como elemento muy presente en el local, (pasaje, escalera, columnas), la carta de colores (negro, gris y rojo), el característico espacio de trencadís blanco de los baños, las desmesuradas columnas circulares forradas de galvanizado o la presencia de materiales como el hormigón y la piedra. La primera operación consistiría en plegar el suelo de hormigón para conformar una barra que reciclaba la estructura de la original dando un mayor orden al espacio del bar. El proyectado de cemento usado para aislar los conductos en el nivel inferior se utilizaría como acabado de techo mejorando además las prestaciones acústicas del espacio. El acero en crudo, tal y como sale de horno, con sus manchas y texturas carbonizadas, se convertiría en el elemento que recorrerá el paramento más afectado por el incendio. Este sinuoso muro metálico se adapta al trazado original actuando como infraestructura para el paso de la luz (retroiluminado) y del aire. Sin rejillas aparentes, el patrón de perforaciones actúa como lámpara y máquina de extracción al mismo tiempo. La pared opuesta se mantendría con la piedra original “coloreada” eso sí por las marcas del hollín que se dejarían tal y como se encontraron.
Los conductos y maquinaría para la impulsión del aire en el local y la extracción de la sala inferior se convertirán en sorprendentes protagonistas del espacio adquiriendo una posición estratégica junto al escaparate, superpuestos sobre los carteles que anuncian al viandante la programación de la sala. Al igual que en el interior, la fachada, también metálica, actúa como piel para la gestión de luz y aire. Sin presencia alguna de maquinaria en el exterior, toda la envolvente funciona como un extenso plenum que “respira” e ilumina al mismo tiempo. La luz, de un intenso rojo cadmio, en medio de la noche reclama para sí la atención y nos recuerda a ese fuego que una vez se desató en su interior.
Cuatro meses después de la clausura y tras el periodo de obras, un cartel anunciaba la reapertura del local. Siguiendo la línea marcada a finales de los 90 una nueva figura se encargaba de personificar el renacer del espacio tras el incendio: Guy Montag, el famoso bombero protagonista de la novela del escritor estadounidense Ray Bradbury, Fahrenheit 451, con el rostro de Oskar Werner, actor protagonista de la película homónima dirigida por François Truffaut en 1966. No fue casualidad que el primer grupo en tocar en la sala resurgida de las cenizas fuesen Los Bomberos. El nuevo eslogan sería: “Arder para Resucitar”.
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