Álvaro Catalán de Ocón se asomó al panorama internacional del diseño en 2010, cuando su stand conjunto con su amigo Francesco Faccin ganó el premio del Salone Satellite en Milán. Desde entonces, sus lámparas reduccionistas y evocadoras, en las que una bombilla se enciende al colocarla sobre un soporte, como una vela en un candil, son una referencia imprescindible en el espacio privilegiado de Rossana Orlandi en cada Salone milanés. Álvaro produce él mismo la mayor parte de sus diseños desde un antiguo espacio industrial situado en el oeste de Madrid, su ciudad natal, que, después de vivir en Milán, Londres y Barcelona, transformó en vivienda, estudio y taller. Como en un guiño del destino, en tiempos fue una fábrica de lámparas.
De un vistazo
Quién vive aquí: el diseñador Álvaro Catalán de Ocón y su hija
Situación: En el oeste de Madrid, cerca del río Manzanares
Superficie: 350 m2
Situación: En el oeste de Madrid, cerca del río Manzanares
Superficie: 350 m2
La vivienda, el taller y el estudio se sitúan en la primera planta, mientras que la baja queda reservada al almacén.
“Separamos perfectamente los distintos usos y actividades. El taller y el estudio ocupan la parte anterior, junto al acceso, y la sala de reuniones y la cocina actúan de elemento de transición”, dice Álvaro. “Una lámpara Cornucopia junto al acceso a la vivienda (a la izquierda del diseñador en la foto) sirve para señalar si se puede acceder o no a la zona privada según esté apagada o encendida. Incluso mi hija ha aprendido a interpretarlo y a respetarlo”.
Tanto en las zonas públicas como en las privadas, las piezas diseñadas por Álvaro se mezclan con otras de diseñadores afines (“la mayoría son fruto de intercambios”: Jo Nagasaka, Lex Pott, Pablo Saiz) y con multitud de objetos de todo tipo y procedentes de todo el mundo en una aparente acumulación significativa y muy calculada.
En un espacio junto a la oficina, una vitrina del diseñador holandés Piet Hein Eek aloja muchos de esos objetos, y detrás de ella pueden verse los difusores de sus PET Lamps realizadas por artesanos etíopes con tiras de plástico de botellas recicladas, hojas de palma y fibras vegetales.
La sala de reuniones es el corazón de la parte pública, paso obligado desde el taller y la oficina hacia la vivienda. Las sillas son las clásicas Aluminium Chair de Charles y Ray Eames producidas por Vitra intervenidas por el diseñador con un motivo floral victoriano bordado en petit-point en el respaldo.
La altura ganada para los espacios al eliminar el falso techo y descubrir la estructura de madera del bajo cubierta se pone en valor por la agrupación en la zona del estudio de conjuntos de PET Lamp, en este caso realizadas por artesanos de Chimbarongo, en Chile, con tiras de plástico y paja.
PET Lamp es el proyecto con el que Álvaro Catalán de Ocón ha obtenido mayor repercusión para su propuesta de alianza del diseño con la artesanía. “El proyecto nació cuando me invitaron en 2011 a tomar parte en una iniciativa sobre el reciclaje del plástico de las botellas, un verdadero problema ambiental. Trabajamos con artesanos del Cauca, en la Amazonia colombiana, desplazados por la guerrilla. El proceso de diseño prevé el sistema de tejer las tiras de plástico con fibras naturales en torno al casquillo y el cable, y los artesanos locales aportan sus propios esquemas decorativos. Obtenemos un objeto tipológicamente reconocible, un híbrido de objeto industrial y artesanía que el artífice completa con su propia carga cultural”. Desde entonces, este diálogo entre lo global y lo local con fuertes implicaciones sociales se ha llevado a Chile y Etiopía, y ahora trabajan con artesanos del mimbre en Kioto.
La estufa que genera el aire caliente con que se calefacta la vivienda-estudio convierte también el espacio de transición de la sala de reuniones en el corazón termodinámico del lugar. A su derecha la lámpara Cornucopia, con la que Álvaro Catalán se dio a conocer tras su paso por el Royal College of Art de Londres. “Es una lámpara reducida a la mínima expresión: una bombilla de bajo voltaje que se apaga o se enciende colocándola sobre el casquillo o sobre la arandela vecina. La superficie metálica evoca las cornucopias barrocas, y la bombilla se maneja con el mismo gesto con que se ponía en el pasado una vela sobre la palmatoria”.
El bordado sobre las sillas de los Eames ha sido realizado por la artesana Melinda Molinar. “El proceso es semejante al de las PET Lamp, un modelo de continuidad entre el diseño industrial y la ejecución artesanal. Se realiza sobre la malla del textil que conforma el respaldo. Es un modo de añadir un elemento de calidez doméstica a un clásico del diseño.
En Vitra recibieron con mucho interés la intervención. Ya hay suficientes objetos. No es necesario inventar más sillas, pero es posible poner algunas magníficas, como la Aluminium Chair, bajo una nueva luz con una intervención que le añade un significado distinto”.
La frialdad de la fotografía –una imagen de una pizarra borrada del MIT– contrasta con el banco de Piet Hein Eek y la mesita Riad, el producto más reciente de ACdO, la empresa constituida por Álvaro para editar sus diseños. “Nace de la reobjetualización y cambio de escala de la tradicional loseta hidráulica, una respuesta industrial del mundo mediterráneo a la tradición del mosaico.
Es un proyecto muy simple que tiene cierta complejidad técnica. Su forma hexagonal permite asociar varias piezas constituyendo una especia de pavimento visual elevado con diseños geométricos como los que pueden verse en la Alhambra o en la mezquita omeya de Damasco”.
La cocina es la otra pieza que articula la vivienda y el estudio, y es parte tanto de la zona pública como la privada. Fue diseñada por Álvaro Catalán, con el panelado de madera sin barnizar en armonía con la crudeza y la sinceridad de materiales que delatan el origen industrial del lugar. “Los extranjeros que pasan por aquí siempre se admiran del tiempo y la importancia que le concedemos aquí a la comida”, dice el diseñador.
Un corredor bañado por la luz de los dos patios que iluminan todo el conjunto da acceso a la vivienda. Álvaro lo señala por medio de una pasarela elevada de madera cubierta por una alfombra y flanqueada por plantas y un conjunto de PET Lamp colombianas en uno de sus lados. Un gran lienzo del pintor Manuel Salinas remata la perspectiva.
Una gran puerta corredera al final del pasillo de acceso permite aislar la zona privada de la del taller-estudio.
La vivienda se dispone en un gran espacio longitudinal donde los distintos usos se yuxtaponen sin solución de continuidad. Al final del corredor, dos sofás afrontados delimitan la zona de estar con una gran librería de fondo.
En uno de los extremos se dispone el cuarto de la hija del diseñador, planteado como una pequeña vivienda infantil en dos niveles que puede aislarse del resto mediante una cortina. El columpio y el tronco de árbol acentúan su condición de universo propio. “Todas sus amigas están deseando venir a jugar al cuarto de mi hija. Ella se siente muy orgullosa”.
El nivel superior es una zona de juegos que funciona como un espacio privado de la hija de Álvaro, con mobiliario infantil y una pequeña cocina de juguete. Los listones de madera que la acotan y la inmediatez del bajo cubierta refuerzan la sensación de domesticidad arquetípica. El altillo mantiene un contacto visual discreto con toda la zona de estar.
Mientras que la parte del estudio tiene un suelo continuo de resina, en la vivienda se mantiene el suelo cerámico original, sobre el que se eleva la plataforma de madera que nace del corredor de acceso. Las alfombras ayudan a delimitar zonas sin alterar la continuidad espacial, al tiempo que acentúan y acompañan la longitudinalidad de la disposición.
En la zona de estar, la mesa es una composición de taburetes Rayuela, otro diseño de Álvaro Catalán. “Es una idea combinatoria basada en piezas romboidales con tres patas que hacen un tercio del asiento. Juntando tres tienes un taburete de forma hexagonal, y si sigues añadiendo piezas puedes hacer una superficie continua virtualmente ilimitada que funciona como mesa o suelo elevado donde la geometría produce un efecto óptico fascinante”.
Junto a la mesa, dos de las piezas de diseñadores con los que Álvaro siente afinidad: una silla de Piet Hein Eek y el taburete metálico Plopp, concebido como un volumen hinchable, del polaco Oskar Zietta. Entre los sofás y la librería se ubica una mesa de trabajo.
En todo el lateral de la vivienda se deja visto el pavimento original de la antigua fábrica, que desemboca en el baño, situado al fondo, tras el dormitorio. El espejo replica visualmente el espacio y resalta su condición longitudinal, igual que el tubo que conduce la calefacción y que recorre el techo.
El dormitorio queda encerrado dentro de una caja de madera. Se ilumina con La Flaca, la más industrial de las lámparas diseñadas por Álvaro Catalán. “No me cierro en banda ante la idea de colaborar con empresas, pero me siento más cómodo en un esquema de autoproducción que me permite controlar mejor todos los procesos y ser más eficiente en la distribución”. Sobre la mesilla, la pintura es obra también de Manuel Salinas.
Toda la casa es un manifiesto, una declaración de lo que Esther McCoy, a propósito de Charles y Ray Eames, llamó “afecto por los objetos”. De hecho, el espíritu de la vivienda guarda ciertas similitudes con el concepto de “functioning decoration” acuñado por la pareja de diseñadores americanos y basado en la adición, la yuxtaposición, los cambios de escala y el contraste cultural entre objetos de distinto origen, como este rincón en torno a un aparador en el que actúan como puertas unos moldes para hacer quesos. “Los tres círculos concéntricos dan la medida de los quesos pequeños, medianos y grandes”.
Para más información visiten: Alvaro Catalán de Ocón
Vía: diarioDESIGN
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