Madeleine Mon Amour, en Barcelona, es un local difícil de catalogar en todos los conceptos. Es una pastelería para ir a merendar pero también un sitio donde tomar un cóctel de champán por la noche. Un lugar pensado para el público femenino pero al que seguro que más de un chico se apunta. Sobre todo porque su diseño es un constante diálogo de opuestos. Una mezcla de lo que podríamos llamar el universo masculino y el femenino.
Aunque lo dulce no entiende de sexos, el solo hecho de llevar un nombre de mujer,français y très chic podría hacernos pensar que el lugar va dirigido a mujeres. Si encima los promotores tenían en la cabeza referencias como las tiendas de lencería o el estilo budoir de la Belle Époque, ahí ya la frontera corría el riesgo de quedar bastante marcada.
Pero pasa que el cliente le encargó el proyecto a Daniel Pérez y Felipe Araujo, el tándem que forma el estudio Egue y Seta, los cuales no se distinguen precisamente por interiorismos femeninos.
De hecho, llegaron a dudar entre “sacar con nuestro lado más rosa o derivar el encargo a alguna colega dispuesta”, confiesan. Pero a ellos les van los retos, así que decidieron darle una vuelta al proyecto para ajustarse al objetivo de los promotores pero sin convertir el espacio en una cabina llena de bordados, lacitos y encajes.
Al final han terminado por “saber distinguir entre el fucsia, el magenta, el rojo purpúreo y el violeta francés”, nos cuentan en tono bromista, pero el resultado es un lugar que combina tapicería capitoné y magnolias con materiales nobles y duros como el hormigón, la piel desgastada y la madera rústica. Algún contraste masculino tenía que balancear el espacio.
Un juego de mezclas que funciona. Ahí van algunos ejemplos: la cristalera de hierro negro flanqueada por cortinajes de terciopelo rosa bajo los típicos toldos ‘capota’ del Paris de Haussmann.
Las paredes combinan los fríos brillos metálicos y el cemento gris con dibujos icónicos de la capital francesa, Torre Eiffel incluida.
La rusticidad del roble teñido de las mesas está revestida por una mantelería de gabardina sobre la cual descansan teteras y azucareras de blanquísima porcelana.
Por supuesto, no podía faltar una chandelier, pero este caso una muy especial hecha de hierro forjado, bombillas de balón y filamento visto. Una obra del propio estudio que resulta igual de fastuosa, concéntrica y escalonada.
Evidentemente, esta dualidad también queda reflejada en los empaques, los trípticos y la carta del menú. Pero aquí más conciliando “un concepto y una oferta de rabiosa novedad en la ciudad con un estilo denodadamente retro”, explican.
El ambiente es íntimo y sensual, pero la doble altura del local, la cristalera que permite ver el interior desde la rambla del Poble Nou y el esquema de iluminación arquitectónica otorgan a la luminosa sala un cierto aspecto de “estuche de joyas”.
“¿Todo esto es realmente femenino?”, se preguntan al final Daniel Pérez y Felipe Araujo. ¿Su consejo? “Acérquese hasta La Madeleine y decídalo usted mismo. Si no lo cree al menos comerá bien. Porque ya se sabe: con el estómago lleno, todo pinta mejor!”. Palabra de Egue y Seta.
El ambiente es íntimo y sensual, pero la doble altura del local, la cristalera que permite ver el interior desde la rambla del Poble Nou y el esquema de iluminación arquitectónica otorgan a la luminosa sala un cierto aspecto de “estuche de joyas”.
“¿Todo esto es realmente femenino?”, se preguntan al final Daniel Pérez y Felipe Araujo. ¿Su consejo? “Acérquese hasta La Madeleine y decídalo usted mismo. Si no lo cree al menos comerá bien. Porque ya se sabe: con el estómago lleno, todo pinta mejor!”. Palabra de Egue y Seta.
Para más información visiten: Restaurante Madeleine Mon Amour, Egue & Seta
Vía: diarioDESIGN
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