
Parece que no, pero los rodapiés de una habitación hacen mucho por su estética. Ocultan las juntas de dilatación de los suelos de tarima, tapan los cortes de los materiales, aíslan los encuentros entre pared y pavimento... E incluso pueden ocultar cables e instalaciones eléctricas o de datos. Cambiar el viejo rodapié de una habitación es más sencillo de lo que parece, siempre que contemos con los materiales y la herramienta adecuados y que sigamos atentamente todos los pasos. En primer lugar hay que quitar el rodapié original. Lo normal es que sean de madera o aglomerado, y que estén clavados a la pared. Haciendo palanca con una pata de cabra o, en su defecto, un destornillador, los podremos separar fácilmente para retirarlos. Es buena idea conservar las piezas viejas si no están rotas para medir los nuevos tramos que necesitaremos.


Las piezas cortadas se colocan con adhesivo o con clavos. Lo normal es hacerlo con clavos de acero galvanizados (de color marrón oscuro), mucho más resistentes, que no se doblan al golpearlos; aunque de nuevo, es mejor contar con una pistola de clavar para ir más rápido y con mejores resultados. Si pegamos el rodapié a la pared tardaremos menos tiempo, pero luego nos resultará más difícil retirarlo cuando lo tengamos que cambiar. Las uniones entre piezas, cuando no son muy exactas, se pueden rellenar con masillas para madera del color adecuado: blanco, roble, nogal... Como hemos mencionado más arriba, hoy día existen rodapiés con canaletas internas que sirven para alojar cables, facilitando así la instalación de los cables eléctricos en las habitaciones.
Vía: Deco Estilo
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