En el siglo pasado podríamos reconocer – como en tantos otros aspectos de la vida – que era muy difícil plantearse que las cosas se podían hacer de otra manera. El reconocimiento de las necesidades de las minorías era ignorado por la masa de la población debido a un déficit cultural importante, pero hoy en día es absolutamente inadmisible proyectar sin esa sensibilidad, aparte de que el Código Técnico de la Edificación y los manuales de accesibilidad son estrictos al respecto.
Barreras arquitectónicas en una casa
Comencemos analizando el ámbito de nuestras viviendas. Las barreras arquitectónicas en una comunidad de propietarios están empezando a ser muy consideradas como un anexo imprescindible de la Inspección Técnica de Edificios, y por ejemplo en Cataluña es de obligada redacción dicho anexo como un diagnóstico inicial que debería servir para incluir las medidas de mejora de la accesibilidad dentro del conjunto de medidas cautelares destinadas a solucionar los problemas de patologías o mantenimiento que presente el inmueble.
Barreras arquitectónicas en la calle
Entonces puede ser en la calle donde nos encontremos barreras arquitectónicas urbanas que a un discapacitado le hagan pensárselo dos veces antes de salir de su casa, y mucho más grave, le impidan poder aspirar a las mismas oportunidades que tiene una persona sin discapacidad.
Pasos de peatones sin vados, accesos a edificios públicos impracticables o con el recorrido para minusválido totalmente infernal que plantean a la persona que va en silla de ruedas el pedir ayuda, por no hablar del incivismo de muchos ciudadanos que aparcan sin miramientos sobre lugares de paso reservados o los mismos vados.
Otro problema es el acceso a locales comerciales, aun que la normativa actual obliga a que sean accesibles y muchos comerciantes están cumpliendo con ella para poder dar servicio a todo el mundo.
Dicho de otro modo: el incivismo es sin duda la más grave de las barreras arquitectónicas.
Supongamos que, tras mucho investigar, nos hemos podido asegurar que la persona con movilidad reducida dispone de alternativas sin barreras arquitectónicas para realizar los recorridos más usuales del día a día dentro de su barrio: ir al supermercado, al banco, a la cafetería, al estanco y a sus tres o cuatro tiendas favoritas.
Pero de vez en cuando debe hacer algún trámite fuera de nuestro distrito, tiene que desplazarse a trabajar o viaja a otros destinos dentro de su periodo vacacional. El transporte público es su única salida porque no dispone de coche adaptado, no quiere molestar a familiares y menos gastarse dinerales en taxis.
¿Cuántas barreras arquitectónicas en el transporte público se sigue encontrando en el siglo XXI?
Estaciones de metro importantes inaccesibles, pasillos de cambio de línea llenos de escaleras sacadas de la mente de Escher, horas punta que convierten el acceso a los buses o convoyes de metro en una odisea, o recorridos mucho más largos de lo deseable porque en su punto de partida y en su destino no existe alguna parada adaptada. Descorazonador.
Accesibilidad para invidentes
Por último, en el caso de que la discapacidad sea visual, se necesitan recorridos táctiles por medio de cambio de pavimentos, señales auditivas perfectamente reconocibles en los cruces regulados por semáforos, que los recorridos adaptados no presenten obstáculos como registros de suministros que “confundan” al invidente, y lectura en braille de manera normalizada.
En resumidas cuentas, la mayor barrera arquitectónica es la de la mentalidad de los que están empeñados en definir el espacio arquitectónico teniendo en cuenta las necesidades de la mayoría de las personas e ignorando por completo a los discapacitados.
Por compararlo con otra casuística urbanística, hace unos escasos ciento cincuenta años, el ciudadano medio no entendía la ciudad en la que se pudiese “desaprovechar” el espacio para generar zonas libres. Las murallas eran el límite que definía todo por motivos de defensa en épocas bélicas y la gente tenía que vivir sí o sí en el espacio delimitado por la fortificación, fuesen 1.000 o 10.000 personas.
Costó el esfuerzo de urbanistas pioneros y visionarios como Ildefonso Cerdà, Frank Lloyd Wright o Le Corbusier el despojarse definitivamente de esos corsés importados de otras épocas y apostar por la ciudad como la suma de encuentros más amables entre el espacio público y el privado. Está en nuestras manos como profesionales que nos libremos de los corsés urbanísticos del pasado reciente y veamos la barrera arquitectónica como el anatema que debemos eliminar a toda costa.
Barreras arquitectónicas en una casa
Comencemos analizando el ámbito de nuestras viviendas. Las barreras arquitectónicas en una comunidad de propietarios están empezando a ser muy consideradas como un anexo imprescindible de la Inspección Técnica de Edificios, y por ejemplo en Cataluña es de obligada redacción dicho anexo como un diagnóstico inicial que debería servir para incluir las medidas de mejora de la accesibilidad dentro del conjunto de medidas cautelares destinadas a solucionar los problemas de patologías o mantenimiento que presente el inmueble.
Escalones entre la acera y el portal del edificio, escalones intermedios en un acceso obligado, situar el ascensor después de alguno de estos obstáculos, el deficiente diseño de las rampas que palían la inaccesibilidad o que el interior de los pisos no esté preparado para el giro o recorrido de una silla de ruedas son los típicos problemas que encontramos en un edificio de viviendas.
El tema de la instalación de un ascensor después de una barrera arquitectónica sin corregir es particularmente doloroso, porque el dispendio no habrá solucionado el problema que debe ser acometido en su globalidad. Supongamos que tras un arduo trabajo, hemos conseguido que nuestro edificio cumpla con todos los condicionantes de accesibilidad.
Barreras arquitectónicas en la calle
Entonces puede ser en la calle donde nos encontremos barreras arquitectónicas urbanas que a un discapacitado le hagan pensárselo dos veces antes de salir de su casa, y mucho más grave, le impidan poder aspirar a las mismas oportunidades que tiene una persona sin discapacidad.
Pasos de peatones sin vados, accesos a edificios públicos impracticables o con el recorrido para minusválido totalmente infernal que plantean a la persona que va en silla de ruedas el pedir ayuda, por no hablar del incivismo de muchos ciudadanos que aparcan sin miramientos sobre lugares de paso reservados o los mismos vados.
Otro problema es el acceso a locales comerciales, aun que la normativa actual obliga a que sean accesibles y muchos comerciantes están cumpliendo con ella para poder dar servicio a todo el mundo.
Dicho de otro modo: el incivismo es sin duda la más grave de las barreras arquitectónicas.
Supongamos que, tras mucho investigar, nos hemos podido asegurar que la persona con movilidad reducida dispone de alternativas sin barreras arquitectónicas para realizar los recorridos más usuales del día a día dentro de su barrio: ir al supermercado, al banco, a la cafetería, al estanco y a sus tres o cuatro tiendas favoritas.
Pero de vez en cuando debe hacer algún trámite fuera de nuestro distrito, tiene que desplazarse a trabajar o viaja a otros destinos dentro de su periodo vacacional. El transporte público es su única salida porque no dispone de coche adaptado, no quiere molestar a familiares y menos gastarse dinerales en taxis.
¿Cuántas barreras arquitectónicas en el transporte público se sigue encontrando en el siglo XXI?
Estaciones de metro importantes inaccesibles, pasillos de cambio de línea llenos de escaleras sacadas de la mente de Escher, horas punta que convierten el acceso a los buses o convoyes de metro en una odisea, o recorridos mucho más largos de lo deseable porque en su punto de partida y en su destino no existe alguna parada adaptada. Descorazonador.
Accesibilidad para invidentes
Por último, en el caso de que la discapacidad sea visual, se necesitan recorridos táctiles por medio de cambio de pavimentos, señales auditivas perfectamente reconocibles en los cruces regulados por semáforos, que los recorridos adaptados no presenten obstáculos como registros de suministros que “confundan” al invidente, y lectura en braille de manera normalizada.
En resumidas cuentas, la mayor barrera arquitectónica es la de la mentalidad de los que están empeñados en definir el espacio arquitectónico teniendo en cuenta las necesidades de la mayoría de las personas e ignorando por completo a los discapacitados.
Por compararlo con otra casuística urbanística, hace unos escasos ciento cincuenta años, el ciudadano medio no entendía la ciudad en la que se pudiese “desaprovechar” el espacio para generar zonas libres. Las murallas eran el límite que definía todo por motivos de defensa en épocas bélicas y la gente tenía que vivir sí o sí en el espacio delimitado por la fortificación, fuesen 1.000 o 10.000 personas.
Costó el esfuerzo de urbanistas pioneros y visionarios como Ildefonso Cerdà, Frank Lloyd Wright o Le Corbusier el despojarse definitivamente de esos corsés importados de otras épocas y apostar por la ciudad como la suma de encuentros más amables entre el espacio público y el privado. Está en nuestras manos como profesionales que nos libremos de los corsés urbanísticos del pasado reciente y veamos la barrera arquitectónica como el anatema que debemos eliminar a toda costa.
Vía: certicalia
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