Situado en una esquina del ensanche barcelonés, la reforma del bar existente exigía la creación de una nueva formulación espacial que estuviese acorde con su nueva identidad, asociada de forma bastante libre con la cocina tradicional catalana. Para ello se ha creado un nuevo sistema de bóvedas que permite reconstruir una sucesión de ámbitos diferenciados y que dota al espacio de un carácter doméstico sin perder por ello una percepción continua entre las distintas zonas.
Partiendo de la forma en planta preexistente -en forma de V-, la intervención se concentra en el cielo raso, que consiste en una secuencia de bóvedas de madera de medio punto y diámetros variables.
Una vez definidas las reglas formales de juego, éstas se siguen rigurosamente. Ese sistema se extiende hasta la línea de fachada e intersecta con la preexistencia de forma libre en todos sus puntos. De ese modo, el encuentro del cielo raso con la fachada permite mostrar la sección abovedada a través de las ventanas, de manera que el perfil del espacio interior se recorta sobre la calle. La sección se convierte de ese modo en el propio escaparate hacia el exterior.
Además del techo, la reforma abarca desde la envolvente hasta el mobiliario y las luces. Las sillas y las mesas introducen materiales habituales en la tradición doméstica como la enea y el espejo, además de guiños formales a la cultura arquitectónica –restaurantes incluidos- de los años sesenta y setenta barceloneses.
Pero no existe sistema sin excepción, ni excepción sin sistema. En el acceso se ha dejado visto, a modo de tramoya, el extradós de las bóvedas para hacer evidente su carácter no estructural y reforzar así su carácter escenográfico y ficcional: toda identidad se funda en una construcción simbólica.
Partiendo de la forma en planta preexistente -en forma de V-, la intervención se concentra en el cielo raso, que consiste en una secuencia de bóvedas de madera de medio punto y diámetros variables.
Una vez definidas las reglas formales de juego, éstas se siguen rigurosamente. Ese sistema se extiende hasta la línea de fachada e intersecta con la preexistencia de forma libre en todos sus puntos. De ese modo, el encuentro del cielo raso con la fachada permite mostrar la sección abovedada a través de las ventanas, de manera que el perfil del espacio interior se recorta sobre la calle. La sección se convierte de ese modo en el propio escaparate hacia el exterior.
Además del techo, la reforma abarca desde la envolvente hasta el mobiliario y las luces. Las sillas y las mesas introducen materiales habituales en la tradición doméstica como la enea y el espejo, además de guiños formales a la cultura arquitectónica –restaurantes incluidos- de los años sesenta y setenta barceloneses.
Pero no existe sistema sin excepción, ni excepción sin sistema. En el acceso se ha dejado visto, a modo de tramoya, el extradós de las bóvedas para hacer evidente su carácter no estructural y reforzar así su carácter escenográfico y ficcional: toda identidad se funda en una construcción simbólica.
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