miércoles, 3 de julio de 2013

Taberna Wabi-sabi: la belleza de la imperfección, por Sandra Tarruella

Han pasado 14 años desde que Sandra Tarruella, en aquel entonces formando equipo con Isabel López Vilalta, asombraran con su primer restaurante nipón llamado sencillamente El Japonés. Después seguirían con su propio estudio El Komomoto (Barcelona, 2009), El Japonés (Barcelona, 2011) y El Japonés @22 (Barcelona, 2012).

El último de la lista se ubica en tierras vallisoletanas y nace con la ilusión de aunar la tradición de los bares de Valladolid con la gastronomía japonesa. El Wabi-sabi es el nuevo proyecto de los hermanos Javier y Antonio González García (Los Zagales de la Abadía) y Mariola López, que parte de un local existente en el centro de Valladolid que no encajaba con el concepto que se buscaba.
La interiorista Sandra Tarruella y su equipo han sido los encargados de convertir el espacio original en una típica taberna japonesa, partiendo de la base de “potenciar una experiencia múltiple con referencias a su cultura”.
El local dispone de dos plantas que se comunican a través de un doble espacio y una gran escalera central. En el nivel de acceso, se ha creado un bar de tapas japonés con vistas a la calle mientras que el sótano se ha reservado para la zona de restaurante.
Para poder ganar la nueva zona de degustación de tapas y pinchos, visible desde el exterior, el acceso a la plaza Martí Alonso se modificó a la calle Comedias. En este espacio más informal la barra y el puesto del sushi-man, ubicado detrás de la escalera de comunicación con el sótano, son de roble natural aserrado y reciben al cliente.
Este espacio se caracteriza por ser el más bullicioso, sobre todo durante los fines de semana, así que en la zona del pasillo las mesas de roble se acompañan de taburetes fijos de cuero y en la zona alrededor de la barra se disponen repisas altas de hierro con pocos taburetes.
En esta misma zona de degustación, llama especialmente la atención la pared del fondo revestida con un mural de gran calidez y textura hecho de zapatos tradicionales de geisha en madera de nogal. Delante de este elemento, discurren las mesas de madera de roble cortadas a sierra que se asoman al doble espacio creando la falsa ilusión de ingravidez.
Tras la barra, se sitúan el almacén y la exposición de productos. Estas estanterías de roble están parcialmente cerradas por unos paneles japoneses correderos hechos de madera y pergamino retroiluminados, que bañan de luz el perímetro de esta zona escasa de luz natural.
Ya en el doble espacio, un banco de peces de pergamino iluminados típicos de la gastronomía japonesa (pez globo, atún, siluro) crean una escultura que nace en el sótano y acaba en la fachada que da a la plaza, atrayendo la atención de los transeúntes.
La planta inferior, donde se ubica el restaurante, resulta más tranquila. El espacio mucho más amplio se organiza cómodamente alrededor de la escalera de bajada. Sobre una de las paredes, revestida con un alistonado en blanco roto, se apoya un banco corrido dispuesto justo bajo la escultura.  Las mesas de madera son diferentes y añaden un dinamismo armónico al conjunto. Están acompañadas de sillas de la firma Alki.
Detrás de la escalera vuelve a utilizarse esta disposición pero con mesitas redondas bajo un mar de lámparas de cartón de Graypants y un fondo de banderolas hechas con telas de quimono que visten la pared negra. Finalmente, unas grandes mesas y bancos de hierro organizan el resto del espacio y dan peso específico al resto de la planta.
En este mismo nivel se encuentra la cocina, que se presenta como un espacio oscuro pero cálido que se deja entrever entre las banderolas. La madera y la cerámica artesanal negra potencian la sensación de taberna.
Al fondo, el volumen donde se ocultan los baños se reviste con el mismo mural realizado con el calzado tradicional japonés. En esta planta, se han mantenido los techos acústicos pintados de negro y la tarima de ipe del suelo, pero también hay una mezcla más ecléctica de materiales, piezas y texturas con contrastes clarosocuros, propios de la cultura japonesa.
Unos referentes que se refuerzan en la imagen gráfica y sus aplicaciones, con papeles tipo kraft, maderas talladas y escrituras en kanji sobre madera y paramentos. De hecho, el logo es el kanji de wabi-sabi que debe su nombre a una filosofía nipona compleja de explicar que, entre otros aspectos, encuentra la belleza en la imperfección de las cosas.
Para más información visiten: Sandra Tarruella






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