Hoy en día, la ciudad es un entramado de asfalto y cristal, un laberinto de metal decorado a base de líneas ultramodernas, superficies mínimas, estampados pop y luces de neón. Muchos son los que, agotados por este vanguardismo impuesto y omnipresente, buscan refugio en la vuelta a lo tradicional: el rústico. Se trata de una tendencia que recupera el sabor de lo antiguo, es decir, el recuerdo de lo que muchos han vivido y añoran de sus pueblos.
La personalidad del mueble único y no producido industrialmente es la gran baza con la que cuenta esta manera de concebir un hogar, que es también una forma de entender la vida. Ante la frialdad que para algunos representa el minimalismo o ante el aséptico estilo oriental, el rústico devuelve la calidez de los hogares llenos de vida, íntimamente humanos, en los que cada rincón guarda una historia muy personal.
El interés mostrado en los últimos años por el turismo rural es un buen ejemplo de su popularidad. Si bien es cierto que se encuentra predominantemente en zonas alejadas de la urbe, favorecido por la cercanía de los materiales y la armonía con el paisaje circundante, es perfectamente posible dar un regusto añejo a una casa en la ciudad.
Madera, barro, piedra y fibras naturales son los componentes fundamentales que se suelen emplear en estas construcciones. Para el exterior, los tejados a dos aguas son los más frecuentes. En cuanto al pavimento, la mejor elección es el gres extruido: aquellas baldosas que se asemejan al barro cocido tradicional son especialmente recomendables. Esa aparente imperfección en los acabados nos recordarán los procesos de fabricación artesanal.
En las paredes reina la piedra vista, aunque es una opción que queda casi exclusivamente reservada para las viviendas en entornos rurales. Estos muros dan una impresión de fuerza y resistencia, además de destilar mucho más carácter que aquellos puramente lisos. La contundencia será una tónica constante y una reafirmación de la vitalidad de la casa.
La forja es una muestra de robustez, pero aporta un aire señorial y distinguido. Se suele utilizar para cabeceros, espejos o lámparas. El hierro aparecerá en bisagras y pomos. El rústico es el estilo que probablemente dé más protagonismo a los mismos, de hecho, su variedad de formas y materiales es casi infinita: madera, hueso, hierro, redondos, estilizados, en forma de cuerno... Junto a las puertas a las que acompañan, se encargarán de dar sensación de solidez y firmeza a la casa.
En lo que respecta al mobiliario, la madera lo acapara de forma incontestable, lo que influye en la elección cromática de los revestimientos verticales. Si no puede hacer zócalos con piedra, debe saber que los rojos, calderas... son la elección predilecta de una gran mayoría, junto a los verdes y blancos, para pintar las paredes. Su viveza recuerda a la naturaleza, al campo y a todo lo que supone un entorno rústico.
El interior y sus complementos son fundamentales. Su número es siempre muy abundante, llenando por completo la casa, hasta el punto de poder sobrecargarla, pero bien usados contribuyen a dar ese toque rústico que se persigue.
Si entre los detalles se incluye objetos decorativos en bambú o mimbre, el resultado será inmejorable. Por otro lado, no hay que olvidar que la ligereza del cristal es una ayuda fundamental para solventar la sensación de agobio y reducción de espacio de la que a veces adolece este tipo de casa, tanto por la profusión como por la pesadez de sus elementos.
La chimenea es un complemento imprescindible. Gracias a ella se crean espacios de recogimiento, charla o, simplemente, de merecido descanso para el fin de semana fuera de la ciudad. Para acrecentar esta hospitalidad se acostumbra a acompañarla de sofás con mantas coloridas. Así, una cálida manta hará rememorar esa sensación de confort inmediato y prácticamente irresistible para cualquiera.
En este sentido, indicar que los tapizados suelen mostrar temas florales o animales: los estampados representan la naturaleza y la vida en el campo. Sin embargo, alfombras y cortinas, por lo general, presentan entramados geométricos o lisos oscuros. Para los visillos se puede escoger lino, frecuentemente relacionado con este estilo decorativo, dando un aire fresco, ligero y luminoso a la sala.
Las mesa del comedor suele ser de grandes dimensiones y monopoliza prácticamente las opciones, pese a que vaya a ser usada por menos comensales de los que pudiera acoger. Sobre ella debe pender una lámpara central de hierro. Para cerrar la escena, nada mejor que un amplio espejo en una de las paredes de la sala. Asimismo, pocos recursos hay más efectistas que unas vigas de madera atravesando el techo de un lado a otro del salón.
La cocina es otro elemento vital de la casa. Una distribución muy habitual es la de isla, que favorece el movimiento alrededor de la misma. Las vajillas de cerámica, los cucharones de madera, las sartenes y las ollas, todos ellos parte inconfundible e irrenunciable de este estilo, se exponen habitualmente a la vista por su valía decorativa.
De este modo, las alacenas que dejan ver en su interior platos decorativos y demás adornos son un fijo en los salones. El mimbre es otro componente que aparece con asiduidad entre fogones, tanto por su versatilidad como por su imagen agreste. Lo encontramos cumpliendo multitud de funciones, ya sea en cajones o en cestas para guardar alimentos frescos como frutas y verduras.
Las sensaciones apacibles no pueden desaparecer a la hora de decorar un dormitorio rústico. A este lugar de descanso se le incorpora el romanticismo más sereno y menos pomposo imaginable. Los doseles ejecutan esta función de modo inmejorable gracias al lino que suele recubrirlos. En cuanto a la ropa de cama, el hilo blanco se apodera de los sueños, mientras que delicados bordados rematan las sábanas.
Este estilo personifica la buena vida. Por tanto, si busca un espacio de paz al que poder huir de sus preocupaciones laborales, el rústico es idóneo para decorar esas segundas viviendas en el pueblo o en el campo. Si no tiene la suerte de poseer una, puede adaptarlo a su casa en la ciudad, y, aunque deberá hacerlo en pequeñas dosis, la calidez humana y la familiaridad reinarán en su hogar.
La personalidad del mueble único y no producido industrialmente es la gran baza con la que cuenta esta manera de concebir un hogar, que es también una forma de entender la vida. Ante la frialdad que para algunos representa el minimalismo o ante el aséptico estilo oriental, el rústico devuelve la calidez de los hogares llenos de vida, íntimamente humanos, en los que cada rincón guarda una historia muy personal.
El interés mostrado en los últimos años por el turismo rural es un buen ejemplo de su popularidad. Si bien es cierto que se encuentra predominantemente en zonas alejadas de la urbe, favorecido por la cercanía de los materiales y la armonía con el paisaje circundante, es perfectamente posible dar un regusto añejo a una casa en la ciudad.
Madera, barro, piedra y fibras naturales son los componentes fundamentales que se suelen emplear en estas construcciones. Para el exterior, los tejados a dos aguas son los más frecuentes. En cuanto al pavimento, la mejor elección es el gres extruido: aquellas baldosas que se asemejan al barro cocido tradicional son especialmente recomendables. Esa aparente imperfección en los acabados nos recordarán los procesos de fabricación artesanal.
En las paredes reina la piedra vista, aunque es una opción que queda casi exclusivamente reservada para las viviendas en entornos rurales. Estos muros dan una impresión de fuerza y resistencia, además de destilar mucho más carácter que aquellos puramente lisos. La contundencia será una tónica constante y una reafirmación de la vitalidad de la casa.
La forja es una muestra de robustez, pero aporta un aire señorial y distinguido. Se suele utilizar para cabeceros, espejos o lámparas. El hierro aparecerá en bisagras y pomos. El rústico es el estilo que probablemente dé más protagonismo a los mismos, de hecho, su variedad de formas y materiales es casi infinita: madera, hueso, hierro, redondos, estilizados, en forma de cuerno... Junto a las puertas a las que acompañan, se encargarán de dar sensación de solidez y firmeza a la casa.
En lo que respecta al mobiliario, la madera lo acapara de forma incontestable, lo que influye en la elección cromática de los revestimientos verticales. Si no puede hacer zócalos con piedra, debe saber que los rojos, calderas... son la elección predilecta de una gran mayoría, junto a los verdes y blancos, para pintar las paredes. Su viveza recuerda a la naturaleza, al campo y a todo lo que supone un entorno rústico.
El interior y sus complementos son fundamentales. Su número es siempre muy abundante, llenando por completo la casa, hasta el punto de poder sobrecargarla, pero bien usados contribuyen a dar ese toque rústico que se persigue.
Si entre los detalles se incluye objetos decorativos en bambú o mimbre, el resultado será inmejorable. Por otro lado, no hay que olvidar que la ligereza del cristal es una ayuda fundamental para solventar la sensación de agobio y reducción de espacio de la que a veces adolece este tipo de casa, tanto por la profusión como por la pesadez de sus elementos.
La chimenea es un complemento imprescindible. Gracias a ella se crean espacios de recogimiento, charla o, simplemente, de merecido descanso para el fin de semana fuera de la ciudad. Para acrecentar esta hospitalidad se acostumbra a acompañarla de sofás con mantas coloridas. Así, una cálida manta hará rememorar esa sensación de confort inmediato y prácticamente irresistible para cualquiera.
En este sentido, indicar que los tapizados suelen mostrar temas florales o animales: los estampados representan la naturaleza y la vida en el campo. Sin embargo, alfombras y cortinas, por lo general, presentan entramados geométricos o lisos oscuros. Para los visillos se puede escoger lino, frecuentemente relacionado con este estilo decorativo, dando un aire fresco, ligero y luminoso a la sala.
Las mesa del comedor suele ser de grandes dimensiones y monopoliza prácticamente las opciones, pese a que vaya a ser usada por menos comensales de los que pudiera acoger. Sobre ella debe pender una lámpara central de hierro. Para cerrar la escena, nada mejor que un amplio espejo en una de las paredes de la sala. Asimismo, pocos recursos hay más efectistas que unas vigas de madera atravesando el techo de un lado a otro del salón.
La cocina es otro elemento vital de la casa. Una distribución muy habitual es la de isla, que favorece el movimiento alrededor de la misma. Las vajillas de cerámica, los cucharones de madera, las sartenes y las ollas, todos ellos parte inconfundible e irrenunciable de este estilo, se exponen habitualmente a la vista por su valía decorativa.
De este modo, las alacenas que dejan ver en su interior platos decorativos y demás adornos son un fijo en los salones. El mimbre es otro componente que aparece con asiduidad entre fogones, tanto por su versatilidad como por su imagen agreste. Lo encontramos cumpliendo multitud de funciones, ya sea en cajones o en cestas para guardar alimentos frescos como frutas y verduras.
Las sensaciones apacibles no pueden desaparecer a la hora de decorar un dormitorio rústico. A este lugar de descanso se le incorpora el romanticismo más sereno y menos pomposo imaginable. Los doseles ejecutan esta función de modo inmejorable gracias al lino que suele recubrirlos. En cuanto a la ropa de cama, el hilo blanco se apodera de los sueños, mientras que delicados bordados rematan las sábanas.
Este estilo personifica la buena vida. Por tanto, si busca un espacio de paz al que poder huir de sus preocupaciones laborales, el rústico es idóneo para decorar esas segundas viviendas en el pueblo o en el campo. Si no tiene la suerte de poseer una, puede adaptarlo a su casa en la ciudad, y, aunque deberá hacerlo en pequeñas dosis, la calidez humana y la familiaridad reinarán en su hogar.
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