Ángel González en referencia a la cocina-taller de A. Calder
Pintar sin tener ni idea, 2007.
La memoria de la ciudad
El pequeño lugar donde se desarrolla el taller de cocina posee una particular espacialidad en la que todo remite al fuste de fundición central que preside el local. A partir de la tenue iluminación que irrumpe a través de los dos huecos de fachada y el patio trasero, se perciben los potentes muros de fábrica de ladrillo que narran la historia constructiva de este edificio situado en la ciudad histórica, en la calle Boteros, toponimia del lugar tradicional de aderezo y venta de botas para el vino cuya etimología es recuperada en parte con el nuevo uso.
La liturgia de la cocina
Se trata de resolver un taller de cocina donde ensayar posibles recetarios e impartir cursos de gastronomía, catas de aceite, vino… El lugar de los comensales y del profesor cocinero han de coincidir en un único espacio didáctico; el resto del programa es apenas un vestíbulo, una recepción, un office, un aseo y abundante almacenaje. El uso de taller de cocina remite a una labor comunitaria en la que el hecho de cocinar se abre a un conjunto de personas, ya no es proceso oculto sino acción desvelada en la que el cocinero, verdadero oficiante de esta ceremonia, revela el secreto a los asistentes. Esta condición de acción participada evoca una liturgia asamblearia que, junto a la centralidad que confiere el pilar de fundición, sugieren la configuración de un espacio alrededor del acto de cocinar. Propusieron entonces un lugar enroscado en torno al pilar que polariza el espacio, subrayando su centralidad mediante múltiples geometrías circulares y concéntricas a partir de él como máxima expresión del espacio de encuentro.
El biombo y los márgenes
Sostenía el filósofo Gustavo Bueno que la mesa es “el suelo de las manos”, consecuencia antropológica de nuestra evolución que debía proveer de un sustento a la manualidad una vez que las manos fueron liberadas de su función motriz. La mesa es un suelo elevado. Así, la mesa de los comensales y alumnos, realizada junto a Hombre de madera y Nicholas Chandler, abraza el pilar de fundición quedando presidida por la mesa del cocinero, llena de instrumentos y materiales como la de un escultor. Su altura puede cambiar para acomodarse a los actos de cocinar y de comer. Se ha construido con maderas de las calles de Sevilla: naranjo, robinia, ciprés, meliá, olivo y grevillea, especies, algunas de origen americano, recuperadas tras la poda anual o tras ser vencidas por el viento. Biombo y mesa amueblan el espacio, cabe hablar de una arquitectura instalada más que construida, en la que la relación con el soporte existente es más de contraposición que de interacción, matizando la materialidad del mismo pero sin velarla ni exponerla excesivamente. Será también una intervención reversible, que podrá mudarse en cualquier momento, habiendo aportado un estrato más a la memoria de este lugar pero sin llegar a perpetuarse.
El pequeño lugar donde se desarrolla el taller de cocina posee una particular espacialidad en la que todo remite al fuste de fundición central que preside el local. A partir de la tenue iluminación que irrumpe a través de los dos huecos de fachada y el patio trasero, se perciben los potentes muros de fábrica de ladrillo que narran la historia constructiva de este edificio situado en la ciudad histórica, en la calle Boteros, toponimia del lugar tradicional de aderezo y venta de botas para el vino cuya etimología es recuperada en parte con el nuevo uso.
La liturgia de la cocina
Se trata de resolver un taller de cocina donde ensayar posibles recetarios e impartir cursos de gastronomía, catas de aceite, vino… El lugar de los comensales y del profesor cocinero han de coincidir en un único espacio didáctico; el resto del programa es apenas un vestíbulo, una recepción, un office, un aseo y abundante almacenaje. El uso de taller de cocina remite a una labor comunitaria en la que el hecho de cocinar se abre a un conjunto de personas, ya no es proceso oculto sino acción desvelada en la que el cocinero, verdadero oficiante de esta ceremonia, revela el secreto a los asistentes. Esta condición de acción participada evoca una liturgia asamblearia que, junto a la centralidad que confiere el pilar de fundición, sugieren la configuración de un espacio alrededor del acto de cocinar. Propusieron entonces un lugar enroscado en torno al pilar que polariza el espacio, subrayando su centralidad mediante múltiples geometrías circulares y concéntricas a partir de él como máxima expresión del espacio de encuentro.
El biombo y los márgenes
Mediante un biombo curvo de madera de fresno cuyo centro geométrico es el pilar, se define el espacio central del taller gastronómico, reservando el espacio intermedio surgido entre la cara convexa de la circunferencia y los límites del local para las pequeñas estancias necesarias. Se ofrece así una lectura clara del espacio en la que los usos servidores quedan desplazados a los márgenes e integrados en la geometría curva, evitando la proliferación de elementos que enturbien la compresión de un lugar reducido como éste. Al ascender, el paramento curvo del biombo se desmaterializa en su cota superior, restando únicamente los rastreles que lo soportan fugados hacia el pilar central, así construyeron una estructura que permite recrear una atmósfera envolvente que además vela las instalaciones y los refuerzos de la estructura existente.
El suelo de las manos
El suelo de las manos
Sostenía el filósofo Gustavo Bueno que la mesa es “el suelo de las manos”, consecuencia antropológica de nuestra evolución que debía proveer de un sustento a la manualidad una vez que las manos fueron liberadas de su función motriz. La mesa es un suelo elevado. Así, la mesa de los comensales y alumnos, realizada junto a Hombre de madera y Nicholas Chandler, abraza el pilar de fundición quedando presidida por la mesa del cocinero, llena de instrumentos y materiales como la de un escultor. Su altura puede cambiar para acomodarse a los actos de cocinar y de comer. Se ha construido con maderas de las calles de Sevilla: naranjo, robinia, ciprés, meliá, olivo y grevillea, especies, algunas de origen americano, recuperadas tras la poda anual o tras ser vencidas por el viento. Biombo y mesa amueblan el espacio, cabe hablar de una arquitectura instalada más que construida, en la que la relación con el soporte existente es más de contraposición que de interacción, matizando la materialidad del mismo pero sin velarla ni exponerla excesivamente. Será también una intervención reversible, que podrá mudarse en cualquier momento, habiendo aportado un estrato más a la memoria de este lugar pero sin llegar a perpetuarse.
Para más información visiten: Sol89
No hay comentarios:
Publicar un comentario