J. A. Coderch se interesó por la calidad del alumbrado nocturno como un corolario derivado de su preocupación por la cuestión de la luz solar, esencial en la arquitectura y de un modo específico en la suya. La luz, al revelar los límites y sus cualidades, convierte la noción de espacio en percepción sensitiva y vivencia fenomenológica.


Las cualidades perceptivas de la lámpara son más ricas que las que brindan los globos corrientes o los farolillos festivos. La disposición de las láminas en dos capas y dos tamaños permite ver el intradós de algunas, penetrar en el interior del espacio creado e incluso atravesarlo. Además, las hojas interiores dibujan unas leves sombras en el borde de las exteriores.
Se superponen así sectores transparentes, traslúcidos y opacos con el juego de las líneas curvas y de las superficies en escorzo, convirtiendo al objeto utilitario en un delicado espectáculo espacial y plástico, muy fotogénico, que tiende a fascinar y a serenar la mirada. Se distinguen, además, varias tonalidades de color: desde el blanquecino de la luz directa del foco sobre las caras internas hasta el rojo-anaranjado resultado de la traslucidez del pino en las hojas exteriores, pasando por el amarillo vivo de las láminas interiores traslúcidas e iluminadas por el reflejo de la luz en el intradós de las exteriores. La lámpara es como una brasa incandescente y como un sol que se puede mirar debido a que sus rayos han sido amortiguados. Lejos de resultar anecdótico, este efecto de atracción es sustancial para crear centros en el espacio arquitectónico, ya que es así como la lámpara consigue cumplir su verdadera utilidad.
Coderch usó este objeto como una sonda de opinión, enviándola a algunos artistas y arquitectos con los cuales tenía amistad o a los que admiraba o respetaba, esperando de ellos alguna respuesta. El que recibía la lámpara se veía obligado al montaje de sus piezas, a una tarea de construcción, accediendo, así, a su lógica interna. Al accionar el interruptor asistía a la transmutación del objeto construido en un espacio. Como sucede con la arquitectura.
La solución de la pantalla, que recuerda la morfología del globo terráqueo y la de una cebolla, consta de doce hojas o láminas de madera, cortadas en el sentido de los meridianos y repartidas en dos capas: seis de ellas conforman la silueta exterior y otras seis, de menor anchura y longitud, en el interior, acaban de ocultar la fuente luminosa. Las láminas difusoras se sujetan en dos aros o casquillos mantenidos a distancia gracias a tres varillas planas de acero esmaltado que hacen de galga de separación y completan la estructura gracias a unos salientes en sus extremos que se encajan por ligera presión en tres ranuras dispuestas en los aros. De cada una sale un radio para sostener una pequeña pieza cilíndrica, también con tres ranuras, que sujeta el cable con el portalámparas desde una posición más baja que la del aro superior. Las láminas son de chapa de pino Oregón de 0,7 mm de espesor, con refuerzos de madera dura en los bordes, que lo aumentan hasta 1,7 mm. Los dos aros de material plástico negro que forman los polos del elipsoide son idénticos entre sí, poseen una sección en Z y tienen doce diminutos pernos o fiadores -agrupados en seis pares- en los que se insertan las láminas gracias a los dos orificios que llevan en cada extremo.


La versión actual
Una lámpara no es más que una pantalla difusora que evita el deslumbramiento y controla la calidad de la luz que proviene de un foco emisor. En este caso, el foco es la bombilla convencional de luz incandescente.

El montaje resulta muy sencillo. Una vez que se han unido los dos aros por medio de las tres varillas y se ha ensartado el cable eléctrico en la pieza central, incrustándola en los radios de las varillas, sólo falta colocar las doce láminas difusoras. Con un simple gesto se flexiona cada una hasta que su curvatura permite ensartarla en las espigas o fiadores aprovechando la recuperación elástica de la madera. Primero deben colocarse las hojas exteriores, a caballo de dos pares de fiadores, y luego las interiores de modo que cada una de éstas se superpone sobre dos externas contiguas al compartir con el las los fiadores de su par.
Como los aros son de material plástico y las varillas proceden del recorte de una chapa de sólo 1 ,5 mm, el peso de la armadura es muy reducido. Se expide, desmontada en piezas planas, en una caja de cartón de 7 x 16 x 56,5 cm. El montaje se hace sin necesidad de roscar ningún elemento. La lámpara se suspende por el portalámparas y debido a la ligereza del conjunto puede colgarse del propio cable de alimentación eléctrica.
Un cubilete de plástico negro con una perforación en el centro de la base, de la cual salen seis cortes radiales que ciñen el cable, oculta la inserción de éste en el techo o en la pared.
Sus autores decidieron comercializar, además, una variante cuyo modelo ideal serían las lámparas de cristal opalino.La solución consistió en sustituir las hojas de madera por otras de metacrilato blanco translúcido. Las medidas planas de las láminas son iguales que en la versión de madera pero su espesor es de 2 mm. El peso, por consiguiente, es mucho mayor. Coderch, como vimos, afirmaba de la versión en madera que “la luz que producía daba intimidad y se parecía al fuego de una chimenea” destacando con ello la mayor virtud de la lámpara, ya que su rendimiento lumínico es reducido. La variante de láminas de metacrilato es más eficiente pero, a cambio, pierde aquella virtud que tanto apreciaba el arquitecto.
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Vía: HI Arquitectura
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