La bodega Campo Viejo se sitúa en un altiplano sobre el valle del Ebro, La Rad de Santa Cruz, cubierto por 37 hectáreas de viñedo ondulado, con vistas panorámicas en todas las direcciones. El programa se desdobla, de manera que la zona para recibir a las visitas se sitúa sobre el viñedo a modo de château mientras la bodega, cuyo tamaño, 45.000 m², hace impensable situarla sobre el cerro, se construye haciéndose parte de él, a la manera de una obra de land art, quedando oculta desde el viñedo.
La eficacia y racionalidad deseables en unas instalaciones modernas no son incompatibles con el uso ancestral de enterrar las bodegas sino que, al contrario, enterrar supone conseguir de manera natural las condiciones idóneas para la elaboración y crianza del vino: entrada uva por gravedad, serenidad, oscuridad, estabilidad de temperatura y humedad, ventilación pausada y natural. Enterrar el edificio supone también mayor facilidad para acercarse, con maneras actuales, a la experiencia arquitectónica de las bodegas tradicionales: espacios oscuros, serenos, muy marcados por la forma y textura de las paredes y por las escasas entradas de luz exterior. Es la cueva, la luz natural que se cuela por una grieta, la luz artificial indirecta y tenue, el gran vacío después de un paso estrecho, una vista sobre el paisaje al final del túnel, esas sensaciones espaciales que todos tenemos en la memoria.
Al situarse en el borde del altiplano, la construcción enterrada se asoma para tomar aire y luz, configurando el perfil del cerro, pasando a formar, tímidamente, parte del paisaje. Las fachadas de hormigón terroso, rojizo como uno de los estratos que aparecieron al excavar, se construyen por apilado de estratos horizontales, de escala exagerada y tectónicamente intensos, que dan al conjunto aspecto de formar parte del terreno, de haber estado siempre allí dentro, y de que la misma erosión que ha hecho aparecer la roca rojiza en el frente hacia el río del vecino Monte Cantabria, lo ha dejado a la vista. Las fachadas terrosas continúan hacia el interior de la bodega, dando forma primero al patio de entrada, que centraliza al modo tradicional todos los accesos a la bodega, y después a la galería, la cueva, que articula el edificio y que da paso a través de sus oquedades a los distintos espacios.
La bodega enterrada se organiza en dos volúmenes de dos plantas, la nave de depósitos de Elaboración y Almacenamiento de 15.000 m², de 12 a 16 m de altura, y un segundo volumen rectangular de 12.000 m² que alberga la nave de Crianza en Barricas en el piso inferior, de 7 m de altura, y los espacios de Crianza en Botella, Envasado y Almacén en la superior, de 6,5 m. Estos espacios comparten cualidades: estructura ordenada y modulada para su mayor aprovechamiento y versatilidad, ventilación cruzada natural y control de constantes. El color gris humo de paredes y techos y la luz indirecta que matiza la estructura, proporcionan el ambiente sereno y reposado adecuado para el vino.
Con acceso independiente por un camino rural que atraviesa el viñedo, los edificios Social y de Oficinas, que suman 1.000 m², se sitúan, dialogando entre si, en el extremo noreste del cerro, su punto más alto, con vistas privilegiadas. Los dos volúmenes nítidos de piedra y madera, con pocos pero intencionados huecos encuadrando el paisaje, tienen a la vez el carácter protector de un guardaviñas y el aspecto lúdico de una casa de campo. Protegen sus espacios interiores en los días duros, a la vez que se prolongan hacia el viñedo en terrazas cubiertas por marquesinas, para disfrutar de los días placenteros.
Desde el edificio social se inicia el recorrido de visita a la bodega, sinuoso, que tiene su punto culminante en la visita a la nave de Crianza en Barrica, un vacío de grandes dimensiones, flanqueado por la sala de Crianza en Botella, que se recorre a través de una pasarela que desciende hasta las barricas y vuelve a subir hacia una terraza sobre el paisaje.
Arquitectos: Ignacio Quemada Arquitectos
Ubicación: Logroño, La Rioja, España
Colaboradores: Javier Montoya, Imanol Iturria, Leticia Uribe, Maitane Urdangarín
Estructura: Javier Valle
Instalaciones: Técnicas Agroindustriales
Área: 45,529 m2
Año Proyecto: 2003
Fotografías: Duccio Malagamba
Para más información visiten: Ignacio Quemada Arquitectos
Vía: Plataforma Arquitectura
La eficacia y racionalidad deseables en unas instalaciones modernas no son incompatibles con el uso ancestral de enterrar las bodegas sino que, al contrario, enterrar supone conseguir de manera natural las condiciones idóneas para la elaboración y crianza del vino: entrada uva por gravedad, serenidad, oscuridad, estabilidad de temperatura y humedad, ventilación pausada y natural. Enterrar el edificio supone también mayor facilidad para acercarse, con maneras actuales, a la experiencia arquitectónica de las bodegas tradicionales: espacios oscuros, serenos, muy marcados por la forma y textura de las paredes y por las escasas entradas de luz exterior. Es la cueva, la luz natural que se cuela por una grieta, la luz artificial indirecta y tenue, el gran vacío después de un paso estrecho, una vista sobre el paisaje al final del túnel, esas sensaciones espaciales que todos tenemos en la memoria.
Al situarse en el borde del altiplano, la construcción enterrada se asoma para tomar aire y luz, configurando el perfil del cerro, pasando a formar, tímidamente, parte del paisaje. Las fachadas de hormigón terroso, rojizo como uno de los estratos que aparecieron al excavar, se construyen por apilado de estratos horizontales, de escala exagerada y tectónicamente intensos, que dan al conjunto aspecto de formar parte del terreno, de haber estado siempre allí dentro, y de que la misma erosión que ha hecho aparecer la roca rojiza en el frente hacia el río del vecino Monte Cantabria, lo ha dejado a la vista. Las fachadas terrosas continúan hacia el interior de la bodega, dando forma primero al patio de entrada, que centraliza al modo tradicional todos los accesos a la bodega, y después a la galería, la cueva, que articula el edificio y que da paso a través de sus oquedades a los distintos espacios.
La bodega enterrada se organiza en dos volúmenes de dos plantas, la nave de depósitos de Elaboración y Almacenamiento de 15.000 m², de 12 a 16 m de altura, y un segundo volumen rectangular de 12.000 m² que alberga la nave de Crianza en Barricas en el piso inferior, de 7 m de altura, y los espacios de Crianza en Botella, Envasado y Almacén en la superior, de 6,5 m. Estos espacios comparten cualidades: estructura ordenada y modulada para su mayor aprovechamiento y versatilidad, ventilación cruzada natural y control de constantes. El color gris humo de paredes y techos y la luz indirecta que matiza la estructura, proporcionan el ambiente sereno y reposado adecuado para el vino.
Con acceso independiente por un camino rural que atraviesa el viñedo, los edificios Social y de Oficinas, que suman 1.000 m², se sitúan, dialogando entre si, en el extremo noreste del cerro, su punto más alto, con vistas privilegiadas. Los dos volúmenes nítidos de piedra y madera, con pocos pero intencionados huecos encuadrando el paisaje, tienen a la vez el carácter protector de un guardaviñas y el aspecto lúdico de una casa de campo. Protegen sus espacios interiores en los días duros, a la vez que se prolongan hacia el viñedo en terrazas cubiertas por marquesinas, para disfrutar de los días placenteros.
Desde el edificio social se inicia el recorrido de visita a la bodega, sinuoso, que tiene su punto culminante en la visita a la nave de Crianza en Barrica, un vacío de grandes dimensiones, flanqueado por la sala de Crianza en Botella, que se recorre a través de una pasarela que desciende hasta las barricas y vuelve a subir hacia una terraza sobre el paisaje.
Arquitectos: Ignacio Quemada Arquitectos
Ubicación: Logroño, La Rioja, España
Colaboradores: Javier Montoya, Imanol Iturria, Leticia Uribe, Maitane Urdangarín
Estructura: Javier Valle
Instalaciones: Técnicas Agroindustriales
Área: 45,529 m2
Año Proyecto: 2003
Fotografías: Duccio Malagamba
Para más información visiten: Ignacio Quemada Arquitectos
Vía: Plataforma Arquitectura
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