El apartamento de 120 m2, construido a finales del siglo XIX, presenta una disposición fragmentada de las habitaciones y una superposición irregular (casi negligente) de las intervenciones sucesivas por los anteriores propietarios, abandonando el carácter original del espacio. Al borrar todas las intervenciones anteriores, la separación entre zonas de día y de noche se hicieron evidente. Se propuso un muro individual y medio circular en planta.
Se pidió la preservación de los antiguos techos de escayola, la inclusión de los elementos estructurales restantes, el levantamiento parcial del pavimento y una distribución ajustada programática y coherente. La excentricidad del volumen interior propuesto es una deducción lógica estudiada a partir de los parámetros dados. La sala de estar es un limbo compuesto por tres momentos claramente definidos, mientras que es sólo un espacio. En contraste con la tipología fragmentada original del edificio, la elección de materiales permite una comprensión más clara de los diferentes momentos.
Las antiguas y altas puertas y persianas fueron sustituidas por nuevas, no ornamentadas, pero pintadas a mano con tres tonos diferentes de azul: los planos de color se convierten en actores espaciales en la rutina del apartamento. La superposición de geometrías, texturas y materiales, que contrasta con el fondo blanco abstracto y la retórica racional inaparente de la intervención espacial, estipula una identidad.
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